– Tú me enseñaste que tenía cuello – me dijo una amiga y contemporánea de mi hermana menor, a quien le llevo ocho años. Estábamos en una reunión en mi casa en Caracas, y ella me había lanzado esa frase con gran solemnidad, como quien tiene que decir algo muy importante.
– ¿Qué? ¿Cómo es eso? – le respondí yo, divertida.
– Cuando era chiquita, estuvimos en un curso de verano que tú habías hecho con una amiga.
– ¡Ah sí! Me acuerdo.
– En ese momento, yo dibujaba a las personas como una cabeza, con dos brazos y dos piernas. Entonces tú me dijiste: «Mírate. Tus piernas no están pegadas a la cabeza, tienes un cuello» (y un cuerpo, asumo yo que también habré incluido en la valiosa información). De ahí en adelante dejé de pintar a la gente como círculos con patas.
Como se imaginarán, me cayó de sorpresa esta revelación sobre la influencia que había sido yo en la vida artística de ella, así que me imagino que también le caerá de sorpresa este cuento que quiero echar ahora, a la que era entonces quinceañera.
Tenía yo 13 años cuando me llegó la invitación a una fiesta de quince años de la vecina de una gran amiga mía. Perdón, no sonó bien como lo dije: tenía yo apenas trece años y nunca había ido a una fiesta de grandes, cuando me llegó LA INVITACIÓN de la fiesta de quince años de la vecina de una gran amiga, que era algo así como que me llegara la invitación al baile del príncipe de Cenicienta. No solo iba a ser mi primera fiesta de grandes en mi vida, sino que además los muchachos tenían que ir en smoking y las muchachas disfrazadas.
En los días siguientes fui con mi mamá a un sitio en donde alquilaban trajes de obras de teatro en la Av. Casanova en Caracas. Solamente la ida a la tienda fue toda una aventura: imagínense una tienda estilo Harry Potter, misteriosa (ni siquiera tenía letrero afuera), en un edificio de esos coloniales, en donde la puerta y las ventanas son enormes y de madera. Adentro había cualquier cantidad de trajes, y no recuerdo haber escogido el mío, sino lo embobada que estaba mirando todo. Sin embargo, de alguna manera salimos con un disfraz precioso de princesa.
Llegada la esperada noche, fui a la casa de mi amiga (la que era vecina de la quinceañera), para tomarme unas fotos junto con ella y otras amigas, y así ir caminando juntas los cuatro metros que había entre su casa y la fiesta. Cuando llegamos, la cumpleañera me dice:
«Muchas gracias por venir».
Guao. Nunca nadie me había agradecido haber ido a ninguna parte. Pero si yo tengo solo trece años y ella tiene quince ¿Me está agradeciendo a mí ?
De allí en adelante, y hasta el día de hoy, tomé la costumbre de decirle a la gente que viene a mi casa «muchas gracias por venir» , buscando, inconscientemente quizás, hacerlos sentir tan bienvenidos e importantes como yo me sentí ese día.
Que tengan un gran día , y por supuesto, muchas gracias por venir.
Por : Michelle Lorena Hardy – Chicadelpanda.com
Me acuerdo perfecto del día que fuímos a buscar el disfraz ..que ilusión PRINCESA y por ahí está la foto..