
Aquella persona cuya mirada es valiosa para nosotros,
y que tiene influencia en nuestras identidades,
tendría una membresía de alto rango y respetabilidad,
mientras que aquella a la que no le damos mucha credibilidad,
tendría un status bajo.
Metáfora del Club de Vida, Shona Russell y Maggie Carey
Imagina que tienes un club, y que eres la encargada de decidir quién es VIP, quién tiene membresía regular, o quién tiene membresía de fundador honorario. Las personas que son parte de tu club, pueden hacerse miembros y tener un status en particular, pero también pueden cambiar de status a uno más abajo, o a otro más arriba. También hay personas a las que se le quita la membresía; unas regresan y otras no.
¿Quiénes son las personas más importantes de mi vida? ¿Quiénes son las personas cuya opinión considero valiosa? ¿Quién me respeta? ¿Quién me valora? ¿Qué valores compartidos conmigo debe tener esa persona para que ingrese a mi club?
Todas estas preguntas deben ser tomadas en cuenta para decidir si una persona puede ser miembro de nuestro club, y qué status de membresía tendría, en caso de que la aprobáramos. Es lógico que no queramos en nuestro club a gente que nos humille o nos falte el respeto, y que sí dejemos entrar a las personas que nos aman y son solidarias con nosotros. Sin embargo, dentro de nuestro club, no todas las personas tienen el mismo status, y es muy importante tomarlo en cuenta para no darle una membresía de VIP a alguien que no lo merece.
Para estructurar nuestro Club de Vida, es útil una técnica de Terapia Narrativa que se llama Conversaciones de Remembranza, en la cual no solo recordamos episodios de nuestra vida, sino que también re-membramos, reorganizamos la membresía de nuestro Club de Vida, de acuerdo a la influencia que han tenido las personas en nuestra vida. Es darle valor a cada quién, según las acciones que hayan tenido con nosotros.
Nadie es permanentemente una persona que solo aporta a nuestra vida, pero si después de sacar la cuenta de lo que nos aporta y de lo que nos resta, quedamos en negativo, ya sabemos que, o podemos bajarla de estatus, o podemos sacarla del Club. En otras palabras, nos podemos dar el lujo de que la opinión de ciertas personas nos importe poco, o nada. Algo así como cuando Greta Thunberg, en vez de defenderse de los insultos de Donald Trump, los retuiteaba, como diciendo “quiero que sepas que sé que estás hablando mal de mí, y también quiero que sepas que no le doy ningún valor a tu opinión”, pero sin decirlo específicamente, claro está.
Por otro lado, debemos tener cuidado con el status de membresía que se le da a las personas de poder en nuestras vidas, a aquellas personas que pueden ofrecer bienestar material (por ejemplo) a cambio de control sobre nosotros. Es el caso de los dictadores que se hacen populares al ofrecer dádivas a las personas humildes, o del secuestrador cuando se da el Síndrome de Estocolmo, en el que la persona secuestrada se siente agradecida por el secuestrador, pues sabe que su vida depende de él. Cuando se le da una membresía VIP a una persona que tiene poder sobre nosotros, es muy fácil que se cruce la línea que nos separa de una relación normal a una relación abusiva. El Síndrome de Estocolmo puede darse en muchos ámbitos, laborales, académicos, familiares, matrimoniales y hasta en relaciones con los hijos, como en el caso de la Alienación Parental, en el que el padre o madre alienador (quien es el que tiene la custodia) abusa emocionalmente de sus hijos al separarlos emocional y físicamente del otro progenitor, manipulándolos psicológicamente. Es por eso que hay que revisar las membresías de nuestro club con frecuencia.
También es importante revisar la membresía de personas que ya no están en nuestras vidas, o incluso respecto a personas que ya han muerto, pues muchas veces siguen ejerciendo influencia cuando pensamos, por ejemplo, “esto haría orgullosa a mi abuela, lo voy a hacer” (en el caso de una influencia positiva) o “mi maestra me dijo que era una inútil en las matemáticas, mejor ni intento”, (en el caso de una influencia negativa). Ahora que soy adulta, ¿Permitiría que esa maestra entrara en mi club, o le daría la misma membresía que tenía cuando yo era niña?
Ahora llegamos a un punto crucial: ¿Quién es el miembro fundador más importante de tu club, el de la tarjeta dorada doble VIP, con acceso permanente a la Suite Presidencial, sin importar si es temporada alta o baja? Te doy una pista, la de mi club se llama Michelle, y no es Michelle Obama. ¡Ah! Exacto, que nunca se nos olvide.