«No hay nada mejor que leer a escondidas de los papás, bajo las sábanas, con una linterna, después de la hora de dormir». Eso decía mi profesora de Literatura Infantil, refiriéndose a cómo estimular la lectura en los niños (o cómo no desestimularla).
Yo recuerdo haber leído muchas veces a escondidas, o de haber leído cuando no se suponía que debía hacerlo, como El Padrino de Mario Puzo en quién sabe qué clases cuando estaba en bachillerato. O en sitios en los que el sentido común dice no no, como por ejemplo en Cancún, bajo el radiante sol, con el libro más macabro y oscuro (oscuro de verdad, no es metáfora) que haya leído en mi vida, Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
Y hoy, cuando me enteré que Mario Vargas Llosa, uno de mis grandes autores favoritos, ganó el premio nobel de Literatura 2010, recordé, emocionada, ese gran placer de haber hecho algo que se suponía que no debía… otra lectura inadecuada e inolvidable, hace muchos años, en Isla de Margarita. Era la novela la Ciudad y los Perros.
Por Michelle Lorena Hardy – Chicadelpanda.com