Que no me pongo el pañal y el calzoncillo tampoco

Es algo dicho hasta el cansancio que  no se debe quitar los pañales en momentos de grandes cambios, como la llegada de un hermanito, o cuando la familia se muda de casa. Procesado, bien, nadie más de acuerdo de yo. Ahora, ¿puede alguien por favor explicárselo a mi hijo?

Mi casa está un despelote porque hemos vendido casi todo para mudarnos de Chile a Panamá en unas cuantas semanas. Simultáneamente, una corredora de bienes raíces está enseñando la casa con bastante frecuencia. Éste es exactamente el tipo de momentos en que no se debe comenzar ningún entrenamiento para ir al baño. Pero ayer mi hijo decidió que «no, no, no, no» quería ponerse pañal. Suspiré, y le busqué un calzoncillo de pelotas de fútbol que le había regalado mi mamá. Le insistí en que hiciera pipí en la poceta pero no quiso, así que me puse a escribir el blog con un ojo en la pantalla y otro vigilándolo a él.

Sin embargo, mi vigilancia no fue suficiente, y justo después de que la corredora me llama a recordarme que en un rato viene para la casa, el chamín se hace encima. No problem, tengo tiempo de limpiar todo. Ahhh… pero el detalle está en que él quería volver a ponerse el mismo calzoncillo mojado de pelotas de fútbol, el cual era, obviamente, mucho más chévere que el blanco que yo le quería poner. «Bueno, entonces te pones el pañal…» ¡Riiiinnnggg …! Voy a contestar el intercomunicador, es el conserje que me dice que va subiendo la corredora con el cliente.

– Ok  ¡O el calzoncillo blanco, o el pañal!

– ¡No!

Tengo dos opciones, obligarlo, pero eso quiere decir batalla campal de gritos, alaridos, corredera por toda la casa, y apenas está subiendo por el ascensor la señora con el cliente… o lo dejo desnudo de la cintura para abajo…  y de repente tengo una visión de mi mamá tapándose la boca con las manos …  y me repito, pero qué me debería importar lo que piensa esta gente que ni me conoce, pero la cara de mi mamá con la mano tapándose la boca del horror es demasiado fuerte, así que se me ocurre…

– ¡Ven! – y le pongo una camisa que le queda larga, aunque no demasiado; justo para que no se vea que no tiene ni pañal ni calzoncillos.

¡Riiing!

Esta vez sí es el timbre de la casa, y S sale volado a abrir la puerta. Usualmente tengo una cadenita puesta para que aunque él logre abrirla un poquito, no la pueda abrir del todo. Pero ¿qué creen?, la cadenita no estaba puesta,  y veo que S se cuelga del picaporte (el cual le queda como diez centímetros más arriba de su cabeza) y por supuesto se le sube la camisa, mostrando toda la realidad de su falta de indumentaria… y yo llego tres micras de segundo después para tomar el picaporte y retirar su manito, pero ésta,  aparentemente, se había quedado adherida con pega. Mientras estoy en el forcejeo de soltar al chamo de la puerta y esconderlo al mismo tiempo, saludo al hombre que viene  a ver el apartamento desde atrás de la puerta. ¿Será que cargo a S? Pero no, se le va a ver el trasero.

Gracias a Dios, S sale disparado hacia adentro de la casa, y yo me quedo sonriéndole tontamente al hombre, quien, por alguna razón, no está con la corredora. Ufff… respiro hondamente, y luego de echarle una ojeada al blog ¿Qué era que estaba escribiendo?, decido volver a intentar  ponerle el pañal a S, quien, gracias a una intervención divina, había cambiado de opinión al respecto, y me dejó ponérselo sin guerra.

Esta foto se la tomé ayer mientras esperábamos a una persona en el colegio de mi hija mayor. Casi no se la tomo, por aquello de, por Dios Michelle, concéntrate, no puedes estar todo el día tomándole fotos, pero no pude resistirlo, se veía demasiado cómico, como si pensara «menos mal que en este colegio de niñitas hay algo interesante para leer «.

Por: Michelle Lorena Hardy –  Chicadelpanda.com

El colegio de mi hija e Isabel Allende

Es verano aquí en Santiago, Chile y la gente empieza a ser más amable, uno se da permiso para relajarse, los días comienzan  a las 6 am y terminan a las 9 pm (o 21 hrs, como se dice aquí), todo es verde claro y yo me siento más en casa, más pez en el agua. Como si más bien  yo, el loro, decidiera quitarse el smoking y mis vecinos pingüinos decidieran disfrazarse de loros. Un buen cambio para mí.

El calor me pone de buen humor y me ha recordado una de las cosas que me gustan de Santiago y de la cual me siento muy agradecida. Es el colegio La Maisonnette de mi hija. Cuando estábamos buscando colegio para ella, queríamos que fuera bilingüe, mixto y que no fuera de monjas ni curas. Sin embargo, nos encontramos con que no hay bilingües (sino full time english, con una materia de español), y los pocos colegios mixtos que se encontraban cerca no nos gustaron. Lo que sí conseguimos fue el tercer requerimiento, un colegio que no fuera de monjas ni curas (aunque sí era católico, con una clase de religión).

Para mi gusto, La Maisonnette era demasiado femenino, todo niñas -rosado – rojo, me daba miedo que cayera en machismo. Así y todo, la inscribimos y hasta ahora ha sido una de las decisiones más felices que hemos hecho. El colegio es famoso por sus programas de arte y talleres, que ellos llaman academias y, aunque no sé qué tan bueno sea para una niña con ganas de jugar fútbol,  para mi hija, que le encanta pintar y bailar, ha sido maravilloso. Académicamente hablando, estamos muy satisfechos también.

Y además (no puedo dejar de presumir, ya que llevo como dos semanas pensando si  pongo esto,  o no, en el blog, pero me disculpan, va más allá de mí les tengo que contar). Hace unos días me enteré que ¡Isabel Allende estudió allí! Resulta que en un periódico de Santiago publicaron la lista de las 100 mujeres líderes de Chile, y  como veo que hay algunas egresadas de la Maisonnette, me  meto en la página web  a averiguar quiénes son… ¡Sorpresa! Dice en la página del colegio, muy humildemente, que Isabel Allende «dio sus primeros pasos de educación formal en el colegio».  Me hizo sentir más cerquita de mi adorada escritora y muy orgullosa de mí, claro,  por mi buen sexto sentido escogiendo el colegio, jajaja.

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Mi casi- viaje de navidad a Caracas

En los 90’s inauguraron en Caracas el Sambil Mall (o Centro Sambil), el más grande de Venezuela. No era el primer Mall, o Centro Comercial, pero sí era el primero que parecía un mall gringo, así que era toda una sensación en aquella época. Recuerdo que una amiga de mi mamá comentó en esos días lo siguiente: Es magnífico ese mall. Cada vez que tengo ganas de irme de viaje a Miami, me voy al Sambil y ¡Estoy en Miami!

Yo también me sentía así, y me imagino que no éramos las únicas. Traigo esto a colación porque anoche vinieron unos amigos venezolanos a comer hallacas a la casa. Hicimos lo que se hace en cualquier reunión venezolana en navidad:  ríes, bromeas, discutes seriamente sobre el gran tema de la noche «La hallaca» (que la de mi mamá era así, que en casa de mi abuela, que si se le añade pimentón, que si debe tener más masa o menos…) tomas alcohol, pones aguinaldos y gaitas, y te vuelves a reír y vuelves a comer…

Anoche, aquí en Santiago, Chile, también tuve un viaje fugaz a Caracas. Nuestros amigos venezolanos llegaron, y de repente, yo estaba en Caracas.  Ojalá aquellos de ustedes que viven afuera, al igual que yo, puedan hacer lo mismo.

Por Michelle Lorena Hardy  –  Chicadelpanda.com

Yo soy scout

«Para que la cultura ofrezca guías de resiliencia es mucho más importante engendrar actores que espectadores (…) Catherine Hume, que lleva a grupos de adolescentes al Himalaya, los convierte en actores, mientras que el educador que pasea por Venecia a unos cuantos niños burgueses por Venecia, los convierte en consumidores pasivos». (Boris Cyrulnik en Los Patitos Feos)

No tengo nada, nadita, en contra de pasear por Venecia como una consumidora pasiva. Sin embargo, la razón por la que quise copiar este texto fue porque me recordó a todos y todas mis  dirigentes scouts que nos llevaron a tantos sitios en Venezuela y que nos convirtieron en actores. ¡No sería el Himalaya, pero casi!  ¡Mira cómo nos ponían a sufrir! (NO hablo de maltrato físico, abuso o bullying). Todavía recuerdo que nos decían «¡Esto no es un camping, es un campamento!» . Pasábamos trabajo y volvíamos a ir, y muchos, como yo, pasamos años en ese plan.

Aunque tengo miles de recuerdos, hoy quisiera contar solo uno. En mi segundo campamento, teniendo yo unos 8 años, pasamos la noche dentro de nuestros sacos de dormir en el salón de clases de una escuela primaria en El Limón, un pueblito cerca de la Colonia Tovar, como a una hora de Caracas. Metida en mi sleeping, veía unos escarabajos negros, gigantescos, como del tamaño de la mitad de un puño cerrado, que volaban por todas partes. Me imagino que alguien me habrá dicho, «pero si no hacen naaaada», y yo pensando, «ajá, pero no quiero que duerman en mi pelo, además son horribles».

Sobreviví a la noche de los escarabajos, así como todos los  demás que estaban allí. A partir de ese día empezó a formarse en mí esa identidad, que se veía reconocida en el otro scout, y que decía: éste también sobrevivió a la noche de los escarabajos… éste también es valiente… como yo. O, como dijo Harry Potter: «no puedes dejar de ser amigo de alguien después de que has luchado con ellos contra un perro de tres cabezas».

Foto: Campamento Scout en los 80’s, Venezuela

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