México me regaló una pulserita!

Ayer estaba en una placita de Querétaro en la noche, cuando veo a una muchacha con un niño de unos cinco años, vendiendo unas pulseritas tejidas.


Pienso, ‘qué bien, hace rato q quería una de esas’ y le hago señales para que se acerque.
Mientras lo hace, veo q tiene una camisa q dice «Yo ❤️ Venezuela», y le digo q yo también venezolana.

Ella me sonríe, como con pena, y me dice «no soy venezolana, soy de aquí!»

«Entonces se agradece mucho que tengas esa playera q dice ‘amo Venezuela», le respondo sonriendo, a lo q ella se relaja.
Me empieza a mostrar las pulseritas, y le digo q quiero dos, pero q solo tengo efectivo para una. Se lo doy, y ella se persigna.

«Cuál es la otra q querías?» me pregunta, y le señalo una rosada y azul.
«Toma, quédatela», me dice, y yo «noooo, imagínate, gracias, pero no».
Ella insiste y yo termino recibiendo mi regalo, dándole la gracias y deseándole mucho éxito con sus ventas.


No es la primera q vez un@ mexican@ me regala algo. Cada vez q eso sucede, siento q el país entero me abraza y me quiere.
Muchas gracias México!

El libro Maletas de Colores, estará disponible en pocos días!

La noche se vestía de llovizna, en medio del desierto entre Aguascalientes y Guadalajara. El carro avanzaba y los limpiaparabrisas hacían su trabajo. Mientras estaba mirando por la ventana, vi algo que hizo que dudara de mis sentidos. «¡¿Vieron eso?!» pregunté confundida. «¡Yo sí!» Grita R, mi hija mayor, quien entonces tenía cuatro años. «¿Qué viste?» le pregunté, ansiosa. Le estaba entrando un ataque de risa.

Así comienza Maletas de Colores, ¡Escribe para Inspirarte! , el tercer libro de la serie Maletas. ¡Estoy muy feliz por haber completado esta meta, la cual me ha llenado de mucha satisfacción! Espero que te entusiasmes a bajarlo a tu Kindle y que disfrutes leyéndolo, de la misma manera en que yo disfruté escribiéndolo.

R crece

«Ella también pasó por un divorcio arrec…» es decir, muy duro, fue lo que pensé cuando una de mis amigas me escribió, diciendo que había amado el post de ayer. Aprecio mucho cada «me gusta» y cada comentario, aunque debo admitir que los de mis amigas y conocidas divorciadas me pegaron en el corazón, de muy buena manera. Fue como recibir un «yo te entiendo» colectivo, y recordar las experiencias y trayectorias de cada una.

Por razones de privacidad, cuando publiqué mi primer libro, SIETE MALETAS, no publiqué ninguna foto de mis hijos. Pero como ya están más grandes, quisiera compartir algunas. En SIETE MALETAS menciono mucho a R, mi hija mayor, debido a su edad en aquel momento.

En orden de izquierda a derecha, cada foto fue tomada en cada uno de las ciudades en que vivimos: Miami, Milán, Guadalajara, Santiago, Ciudad de Panamá, Caracas y Querétaro. La última fue tomada hace un par de meses, R va a cumplir 15 años pronto.

En el próximo post voy a poner algunas fotos de S, mi hijo menor, pues en OTRA MALETA (que será publicado este mes de octubre en Amazon Kindle) lo menciono mucho (también, debido a su edad).

¡Que te tengas un excelente día!

Aquí tienes tu casa

Querétaro, 2019

“Necesito que me ayuden a tomarme una foto para el libro,” les digo a mis hijos. Nos fuimos al “bosque” del condominio (así le dicen los vecinitos al jardín con árboles que hay al fondo del estacionamiento) pues quería aprovechar la luz natural. Intentamos en varios sitios y finalmente salió una buena foto.

Ya han pasado dos años desde que me separé, tres años desde que llegamos a Querétaro, y un año desde que nos mudamos al condominio Orquídea (anillo al dedo el nombre, no? La Orquídea es la flor nacional de Venezuela). Ya ha pasado un año desde que adoptamos a la gatita Safi y un par de meses desde que obtuve la ciudadanía mexicana.

Ya me falta poco para publicar mi segundo libro, OTRA MALETA, Empezando de Nuevo, en el que los temas centrales son nuestro regreso temporal a Caracas, después de haber vivido doce años en el exterior, y mi separación en Querétaro, después de quince años de matrimonio.

Debido a eso, he estado actualizando mi información en las redes sociales, así como la imagen de mi blog. La que ven ahora es un cuadro que compré en la glorieta de Chapalita en Guadalajara, cuando viví allí hace más de diez años. El artista estaba vendiendo sus obras, y quedé fascinada con Manos en Acción.

Manos en Acción de Adrián Rosas Torres

En casa tengo otra obra de él, Habitantes de la Gran Ciudad. Ambos cuadros representan mi hogar, porque me considero oficialmente en casa en el sitio en donde los pueda colgar. Me he mudado ya varias veces solo con maletas, pero siempre he transportado de una manera u otra, mis dos cuadros.

Habitantes de la Gran Ciudad de Adrián Rosas Torres

He mantenido conmigo estas obras de arte también por otra razón. En las fotos que tengo de cuando vivíamos en Guadalajara, por ejemplo, R estaba muy pequeña y S ni había nacido; en Chile y Panamá, S estaba bebé. Es decir, a menos que vieran algo familiar, no sabrían identificar su casa en una foto de aquellos años. La idea es que cada vez que vean esos cuadros en una foto, sepan que ésa fue alguna vez su casa.

Poner Manos en Acción a recibirte cada vez que abras este blog, es para darte la bienvenida a tu casa, como dicen los mexicanos. Esta es tu casa y estás bienvenido! Espero verte mucho por aquí, y que me des tus opiniones y comentarios, para así enriquecernos mutuamente en palabras.

Bienvenido!

Huellas que dejamos insospechadamente


– Tú me enseñaste que tenía cuello – me dijo una amiga y contemporánea de mi hermana menor, a quien le llevo ocho años. Estábamos en una reunión en mi casa  en Caracas, y ella me había lanzado esa frase con gran solemnidad, como quien tiene que decir algo muy importante.

– ¿Qué? ¿Cómo es eso? – le respondí yo, divertida.

– Cuando era chiquita, estuvimos en un curso de verano que tú habías hecho con una amiga.

– ¡Ah sí! Me acuerdo.

– En ese momento, yo dibujaba a las personas como una cabeza, con dos brazos y dos piernas. Entonces tú me dijiste: «Mírate. Tus piernas no están pegadas a la cabeza, tienes un cuello» (y un cuerpo, asumo yo que también habré incluido en la valiosa información). De ahí en adelante dejé de pintar a la gente como círculos con patas.

Como se imaginarán, me cayó de sorpresa esta revelación sobre la influencia que había sido yo en la vida artística de ella, así que me imagino que también le caerá de sorpresa este cuento que quiero echar ahora, a la que era entonces quinceañera.

Tenía yo 13 años cuando me llegó la invitación a una fiesta de quince años de la vecina de una gran amiga mía. Perdón, no sonó bien como lo dije: tenía yo apenas trece años y nunca había ido a una fiesta de grandes, cuando me llegó LA INVITACIÓN de la fiesta de quince años de la vecina de una gran amiga, que era algo así como que me llegara la invitación al baile del príncipe de Cenicienta. No solo iba a ser mi primera fiesta de grandes en mi vida, sino que además los muchachos tenían que ir en smoking y las muchachas disfrazadas.

En los días siguientes fui con mi mamá a un sitio en donde alquilaban trajes de obras de teatro en la Av. Casanova en Caracas. Solamente la ida a la tienda fue toda una aventura: imagínense una tienda estilo Harry Potter, misteriosa (ni siquiera tenía letrero afuera), en un edificio de esos coloniales, en donde la puerta y las ventanas son enormes y de madera. Adentro había cualquier cantidad de trajes, y no recuerdo haber escogido el mío, sino lo embobada que estaba mirando todo. Sin embargo, de alguna manera salimos con un disfraz precioso de princesa.

Llegada la esperada noche, fui a la casa de mi amiga (la que era vecina de la quinceañera), para tomarme unas fotos junto con ella y otras amigas, y así  ir caminando juntas los cuatro metros que había entre su casa y la fiesta. Cuando llegamos, la cumpleañera me dice:

«Muchas gracias por venir».

Guao. Nunca nadie me había agradecido haber ido a ninguna parte. Pero si yo tengo solo trece años y ella tiene quince ¿Me está agradeciendo a mí ? 

De allí en adelante, y hasta el día de hoy, tomé la costumbre de decirle a la gente que viene a mi casa «muchas gracias por venir» , buscando, inconscientemente quizás, hacerlos sentir tan bienvenidos e importantes como yo me sentí ese día.

Que tengan un gran día , y por supuesto, muchas gracias por venir.

Por : Michelle Lorena Hardy – Chicadelpanda.com

Mi casi- viaje de navidad a Caracas

En los 90’s inauguraron en Caracas el Sambil Mall (o Centro Sambil), el más grande de Venezuela. No era el primer Mall, o Centro Comercial, pero sí era el primero que parecía un mall gringo, así que era toda una sensación en aquella época. Recuerdo que una amiga de mi mamá comentó en esos días lo siguiente: Es magnífico ese mall. Cada vez que tengo ganas de irme de viaje a Miami, me voy al Sambil y ¡Estoy en Miami!

Yo también me sentía así, y me imagino que no éramos las únicas. Traigo esto a colación porque anoche vinieron unos amigos venezolanos a comer hallacas a la casa. Hicimos lo que se hace en cualquier reunión venezolana en navidad:  ríes, bromeas, discutes seriamente sobre el gran tema de la noche «La hallaca» (que la de mi mamá era así, que en casa de mi abuela, que si se le añade pimentón, que si debe tener más masa o menos…) tomas alcohol, pones aguinaldos y gaitas, y te vuelves a reír y vuelves a comer…

Anoche, aquí en Santiago, Chile, también tuve un viaje fugaz a Caracas. Nuestros amigos venezolanos llegaron, y de repente, yo estaba en Caracas.  Ojalá aquellos de ustedes que viven afuera, al igual que yo, puedan hacer lo mismo.

Por Michelle Lorena Hardy  –  Chicadelpanda.com

Yo soy scout

«Para que la cultura ofrezca guías de resiliencia es mucho más importante engendrar actores que espectadores (…) Catherine Hume, que lleva a grupos de adolescentes al Himalaya, los convierte en actores, mientras que el educador que pasea por Venecia a unos cuantos niños burgueses por Venecia, los convierte en consumidores pasivos». (Boris Cyrulnik en Los Patitos Feos)

No tengo nada, nadita, en contra de pasear por Venecia como una consumidora pasiva. Sin embargo, la razón por la que quise copiar este texto fue porque me recordó a todos y todas mis  dirigentes scouts que nos llevaron a tantos sitios en Venezuela y que nos convirtieron en actores. ¡No sería el Himalaya, pero casi!  ¡Mira cómo nos ponían a sufrir! (NO hablo de maltrato físico, abuso o bullying). Todavía recuerdo que nos decían «¡Esto no es un camping, es un campamento!» . Pasábamos trabajo y volvíamos a ir, y muchos, como yo, pasamos años en ese plan.

Aunque tengo miles de recuerdos, hoy quisiera contar solo uno. En mi segundo campamento, teniendo yo unos 8 años, pasamos la noche dentro de nuestros sacos de dormir en el salón de clases de una escuela primaria en El Limón, un pueblito cerca de la Colonia Tovar, como a una hora de Caracas. Metida en mi sleeping, veía unos escarabajos negros, gigantescos, como del tamaño de la mitad de un puño cerrado, que volaban por todas partes. Me imagino que alguien me habrá dicho, «pero si no hacen naaaada», y yo pensando, «ajá, pero no quiero que duerman en mi pelo, además son horribles».

Sobreviví a la noche de los escarabajos, así como todos los  demás que estaban allí. A partir de ese día empezó a formarse en mí esa identidad, que se veía reconocida en el otro scout, y que decía: éste también sobrevivió a la noche de los escarabajos… éste también es valiente… como yo. O, como dijo Harry Potter: «no puedes dejar de ser amigo de alguien después de que has luchado con ellos contra un perro de tres cabezas».

Foto: Campamento Scout en los 80’s, Venezuela

@chicadelpanda

chicadelpanda.com

Lecturas inadecuadas y Mario Vargas Llosa

«No hay nada mejor que leer a escondidas de los papás, bajo las sábanas, con una linterna, después de la hora de dormir». Eso decía mi profesora de Literatura Infantil, refiriéndose a cómo estimular la lectura en los niños (o cómo no desestimularla).

Yo recuerdo haber leído muchas veces a escondidas, o de haber leído cuando no se suponía que debía hacerlo, como El Padrino de Mario Puzo en quién sabe qué clases cuando estaba en bachillerato. O en sitios en los que el sentido común dice no no, como por ejemplo en Cancún, bajo el  radiante sol,  con el libro más macabro y oscuro (oscuro de verdad, no es metáfora) que haya leído en mi vida, Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

Y hoy, cuando me enteré que Mario Vargas Llosa, uno de mis grandes autores favoritos, ganó el premio nobel de Literatura 2010, recordé, emocionada,  ese gran placer de haber hecho algo que se suponía que no debía… otra lectura inadecuada e inolvidable, hace muchos años, en Isla de Margarita. Era la novela  la Ciudad y los Perros.

Por Michelle Lorena Hardy  – Chicadelpanda.com